Fue a las dos y media de la madrugada del 18 de abril de 2007, en el bar del hotel Hilton de la isla Margarita, en Venezuela. Lo escuchaban, con atención, su vocero, Miguel Núñez, los diputados nacionales José María Díaz Bancalari, Rosana Bertone y Edgardo Depetri y el menos incondicional de todos: el gobernador de Chubut, Mario Das Neves. El Presidente tenía muchas ganas de hablar sobre su futuro y el poder.
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-Con Magnetto está todo arreglado. Tenemos veinte años por delante -sentenció Néstor Kirchner ante un reducido grupo de incondicionales, con un vaso de whisky en la mano.
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En ese momento, Kirchner no tenía dudas: su supuesto acuerdo con el Grupo Clarín era casi indestructible. Pero el gobernador patagónico no estaba tan seguro.
-¿Un acuerdo con Clarín? ¿Por veinte años?
-Sí. Yo le doy parte de lo que Clarín busca y Magnetto me deja gobernar tranquilo -agregó Kirchner.
Fue en mayo de 2007, cuando el gobierno perdió la virginidad frente a Clarín, con la primera tapa que incluyó la palabra "corrupción". Durante dos semanas, el matutino informó, con lujo de detalles, sobre el caso Skanska, la constructora sueca que pagó coimas millonarias a funcionarios de la administración K.
Hasta ese momento, Néstor y el diario habían encontrado un sistema de convivencia desgastante, pero que había servido para evitar el choque frontal.
Era así:
-Por la noche, antes del cierre, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, telefoneaba a uno de los pocos periodistas que decidían el contenido de la tapa, y le preguntaba si había algo que pudiera irritar sobremanera al jefe de Estado. Los profesionales, casi siempre, le contaban lo mínimo indispensable, como para no perder la relación con la valiosa fuente y al mismo tiempo mantener el secreto sobre la mayor parte de la información.
El problema se presentaba al día siguiente, entre las ocho y media y las nueve de la mañana, cuando Kirchner, después de leer el resumen de los medios, dejaba su iracundo mensaje en la casilla del celular de uno de los directivos más importantes del grupo para quejarse por algún título de tapa que acababa de leer:
-¡No puede ser! ¡Me quieren destruir! Llamame urgente.
El hombre, que integra el directorio del grupo pero no trabaja en la redacción, ya tenía incorporada la rutina del crispado llamado presidencial.
Se despertaba, leía Clarín, tomaba mate y marcaba las notas conflictivas. Al final, consultaba su celular con la queja del día.
Fue un juego insoportable y estresante que se prolongó durante más de dos años: desde fines de 2005 hasta marzo de 2008, cuando la pelea con el campo corrió el velo de la denominada "madre de todas las batallas".
La relación entre el diario y el poder era demasiado estrecha. Lo admitió una fuente muy segura de Clarín, en diálogo con el autor de este libro:
-Es cierto: mientras duró la buena relación, con Alberto (Fernández) nos hablábamos todos los días. Y con Kirchner una o dos veces por semana.
-¿Se las podría definir como reuniones de trabajo?
-Sí. Había reuniones de trabajo. Y comidas también. En algún momento llegaron a ser dos almuerzos por mes.
-¿A solas?
-En la mayoría de las comidas estaban Kirchner, Magnetto, Alberto Fernández y Jorge Rendo.
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La fuente muy segura de Clarín no eludió ni una pregunta:
-¿Dónde solían almorzar?
-En [la quinta presidencial de] Olivos. Eran almuerzos largos. Se prolongaban entre cuatro y seis horas. Se hablaba de política. Se hablaba del país.
-¿Y también se hablaba de negocios?
-Ellos hablaban de negocios. Nosotros no. Lo que buscaba Kirchner era una alianza institucional con el diario. Y en la primera etapa de la luna de miel nos ofrecieron de todo.
-¿Qué significa "de todo"?
-La incorporación del grupo a nuevos negocios como el petróleo o las obras públicas. Quiero aclararle que nunca aceptamos las propuestas.
La fuente de Clarín afirmó que fue durante los últimos almuerzos de 2007 en la quinta de Olivos cuando la desconfianza mutua comenzó a crecer.